El jefe federal, como general en
jefe del “ejército combinado”, había destacado a Benavídez con
la vanguardia para atraer a Acha e impedir su escape. Venía a la
cabeza – sumando el cuerpo de Benavídez - de 2.200 hombres.
Acha, imprudentemente, sólo había sacado de la ciudad 500
hombres escasos, estando los otros esparcidos, recogiendo ganado
y otras provisiones.
A pesar de su desventaja numérica, Acha se
vio beneficiado por un conflicto interno dentro del ejército
federal. Benavídez le reclamaba a Aldao, como gobernador de San
Juan y por encontrarse en territorio de su mando, el mando
supremo con arreglo a los pactos (Pacto Federal de 1831)
interprovinciales en vigencia. La solución, precaria, llego con
el mando dado a Benavídez de la vanguardia, dando por resultado,
el avance precipitado – sin esperar las órdenes de Aldao - de su
cuerpo de 400 hombres. El gobernador sanjuanino, sin haber
podido practicar reconocimientos previos del terreno, ataco a las 8 a.m. Mientras que el grueso del ejército federal
venía aun marchando y sin perspectivas de que desplegase en
línea de batalla. Contrariado con su camarada, Aldao no hizo
nada para apoyarlo. Benavídez, a pesar de sus esfuerzos, y no
pudiendo superar la acequia, se vio obligado a retroceder dos
horas después de iniciado el combate. La mitad de los hombres de
Benavídez había sucumbido, y la mayor parte de sus oficiales,
entre ellos el coronel José Manuel Espinosa, a mediodía, habían
muerto. Sus hombres, desbandados, se dispersaron en diversas
direcciones.
Aldao, mientras Benavídez se batía con los
unitarios, había estudiado la posición de Acha, y observó que
las fuerzas de éste no se alejaban de su base de operaciones. El
lugar del combate, conocido con el nombre de “Punta del Norte”,
departamento de Angaco (¹)
Norte, está situado a 7 leguas de la ciudad y toma su nombre de
la entrada o punta que forman las alamedas o montes de árboles
que se internan en la región inhóspita del camino. La acequia
grande, tenía más de 6 varas ( un poco mas de 5 m), de borde a
borde; pero, siendo el espacio ocupado por el agua sólo de 3 a 4
varas, resultaba un pozo muy profundo, y como sus bordes tenían
filas tupidas de altos álamos carolinos, se convertía, por ende,
en una trinchera ideal. Aldao había observado que los infantes
de Benavídez, al llegar a los álamos, no tuvieron más remedio
que arrojarse al suelo y hacer fuego a boca de jarro sobre el
enemigo, parapetado tras del borde opuesto y protegido por los
tupidos álamos. Resolvió, entonces, distribuir sus fuerzas en
sentido análogo, repartiendo su caballería a los costados para
tratar de flanquear a los unitarios, y haciendo avanzar su
infantería por el centro; esto lo expondría a pérdidas enormes,
por la ventaja que le daba a sus enemigos su mejor artillería,
pero no tenía otro plan posible.
Aldao llevo adelante dicha
operación, destacando 600 jinetes para envolver y flanquear al
enemigo. Mientras tanto Acha, buscando la mejor ubicación de sus
fuerzas, ordenó repasar la gran acequia, a retaguardia de la
cual organizó de nuevo su línea, dándole la forma angular que
trazaba dicha acequia; la infantería presentaba su frente al
norte y la caballería el suyo al N. E., favorecida por un
terreno a propósito para la facilidad de los escuadrones al
cargar o al replegarse. Acha usaba el techo de un pequeño rancho
que existía a una corta distancia como mirador, pero hubo de
abandonarla rápidamente para hacer frente a los repetidos e
intensos ataques federales. La presencia de Acha – según
testigos – era imponente, apoyando en los lugares de la línea
donde sus soldados flaqueaban.
Cuando los jinetes federales
cargaron sobre la línea unitaria, las dos alas de ésta se
precipitaron sobre los que cargaban, los rechazaron y regresaron
a su posición original. A continuación Aldao, ordeno efectuar
una carga de caballería por los flancos, pero su artillería mal
emplazada, no podía silenciar los fuegos de los cañones
unitarios, que causaban estragos en sus filas. El ataque de la
caballería federal fue recibida firmemente por las lanzas
unitarias, produciéndose una sangrienta lucha, que duro pocos
minutos, volviendo a retirarse los jinetes de Aldao. El general
federal, dándose cuenta de la confusión del campo de batalla,
decide aprovecharla y ordena al coronel Díaz que avance con su
batallón de sanjuaninos a paso de trote contra el centro
unitario, a fin de hundirlo y arrebatarle los cañones, que se
habían silenciados, para no herir indistintamente a amigos y
enemigos. Acha, un oficial experto y de probada sangre fría,
preparo para recibir el choque al veterano batallón “Libertad”.
La artillería unitaria comenzó a
disparar sobre los batallones federales que avanzaron
valientemente a pesar de recibir metralla a quemarropa. Cuando
llegaron casi sobre los cañones, comenzó un furioso y
encarnizado combate cuerpo a cuerpo a la bayoneta y sable. Acha
en persona cargó al frente de sus infantes; era una lucha
desigual cuatro contra uno.
Los unitarios y su valiente jefe
hubieran sucumbido de seguro, si la caballería unitaria no
hubiera triunfado sobre la federal. Los escuadrones de Alvarez
vuelven sobre sus líneas para apoyar su centro y sablean por la
retaguardia a la infantería enemiga de Díaz.
La infantería federal ante la
carga de la caballería enemiga, debe formar en cuadro y comienza
la inevitable retirada. Acha no persigue, ambos adversarios
estaban extenuados, y el campo sembrado de cadáveres.
Si hizo una pausa en la batalla,
eran las 2 p.m. y se combatía desde las 8 a.m. sin descanso. El
inteligente uso de las ventajas del terreno, realizado por Acha
había dado sus frutos, éstas eran una acequia profunda y una
tupida alameda. Resuelve entonces atrincherar su infantería de
unos de sus bordes, haciéndola tenderse en tierra y apoyar los
fusiles en el mismo borde de la acequia.
Aldao estaba frustrado, no
entendía como con la superioridad numérica con la cual contaba
no podía quebrar la línea enemiga. Furioso, rehace
precipitadamente sus dos batallones de infantería y les ordena
un nuevo ataque, sin reunir a su dispersada caballería. Esta
falta de apoyo sería su grave error. Concentrando sus fuerzas, y
de haber organizado un ataque masivo con la caballería,
infantería y artillería, Acha de seguro hubiera sido destruido.
La caballería federal, a pesar
de estar algo desmoralizada, se vuelve a organizar, carga otra
vez sobre las posiciones enemigas, librándose otra vez un
intenso combate. La valiente actuación del Coronel Crisóstomo
Alvarez, a pesar de recibir una grave herida, decidió la lucha a
favor de los unitarios. La persecución se inicio, pero los
jinetes federales se cubrieron con los fusileros de la reserva,
rechazando estos a la caballería de Alvarez.
Aldao desesperado, ordena al
comandante Rodríguez que cargue por la retaguardia enemiga, pero
Acha, presiente el movimiento, hace girar súbitamente a sus
infantes, y éstos fusilan a quemarropa a los jinetes federales,
cayendo el mismo Rodríguez.
En medio de la batalla, a cada
momento parecía que Acha sucumbiría bajo los ataques de Aldao.
Pero el general unitario, además de las ventajas de su soberbia
posición táctica, tenía a su favor la serenidad y la sangre
fría. Arengaba a sus hombres, gritándoles: “Ya los sabéis,
nuestros enemigos no dan cuartel al vencido; el hombre que cae
en sus manos, es en el acto degollado; muramos, pues, si fuese
menester, pero muramos peleando; vamos a dar una nueva carga y
que sea la última, caiga quien caiga.
El polvo levantado por las
sucesivas cargas de caballería, el denso humo levantado por las
constantes descargas de mosquetería y los disparos de los
cañones, hacía que solo se viese a pocos pasos de distancia.
Sumaba a esto el calor sofocante del día, la gritería de los
combatientes y la lucha cuerpo a cuerpo, todo esto provocaba que
los oficiales no pudieran darse claramente cuenta de la
situación.
En un esfuerzo supremo, Aldao
conduce personalmente a su diezmada infantería contra la de
Acha; tropezando con la acequia, ordena a los soldados que hagan
cuerpo a tierra, para no presentar impunemente un blanco fácil.
Sus hombres se arrastran por los pastizales hasta el mismo borde
de la acequia, colocando sus fusiles – al igual que sus enemigos
– sobre el borde de su lado. La distancia que separaba a los
combatientes era de 6 varas escasas – un poco mas de 5 m -. Se
produce entonces un intenso y violento intercambio de disparos,
cubriéndose los soldados como podían, sin lograr ventaja ni uno
ni otro.
La caballería unitaria hacia
prodigios de valor comandados por Crisóstomo Alvarez, rechazando
una y otra vez a la caballería federal. Después de rechazar la
última carga, Alvarez ordena volver grupas y ataca salvajemente
otra vez a la infantería federal que, imposibilitada de moverse,
no puede evolucionar para esperar el ataque de caballería
enemiga.
El mayor
Barrera, jefe del Batallón
Auxiliares de Mendoza, que había recibido varias heridas, hizo
frente al ataque: sólo cuando no le quedaban mas que 44 hombres
en las filas, rindió sus armas. Con su derrotada caballería,
huía Aldao. La derrota federal era inevitable.
La batalla se había extendido
por 7 horas, combatiendo sin descanso desde las 9 de la mañana
hasta las 5 de la tarde. Las enormes pérdidas federales, lo
explica la artillería unitaria, y sus disparos de metralla a
quemarropa produciendo terribles bajas en las filas federales,
sobre todo en su caballería que sucesivamente cargaba en
columna.
Las pérdidas federales fueron enormes: 1.000
muertos, 157 prisioneros y una enorme cantidad de bagajes. Acha
perdió entre muertos y heridos la mitad de su división, de ellos
170 muertos, siendo baja un gran número de oficiales.
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