La Batalla del  Rodeo del Medio,

 por el general Aráoz de Lamadrid

 

Gregorio Aráoz de Lamadrid  (1795-1857)

 

De una carta dirigida al general Paz del 22 de octubre de 1841, escrita desde Chile. La misma se refiere a la campaña de Lamadrid en Cuyo que derivo en la batalla de Rodeo del Medio (25 Km. al Este de la ciudad de Mendoza) librada el 24 de septiembre de 1841. Por una cuestión de extensión, transcribimos solamente el texto referente a la batalla.

 

"Señor don José María Paz.

 

Santiago de Chile, octubre 22 de 1841.

(…) Al siguiente día por la mañana tuve parte de las avanzadas que estaba al frente todo el ejército enemigo, y salí a ocupar la posición que deseaba, al frente del puente. El ejército enemigo acabó de pasarlo cerca de las doce, con tres mil y más hombres, de los que mil seiscientos largos eran de infantería y el resto de caballería, y trece piezas de artillería. A pesar de la excesiva superioridad numérica, yo no podía ni debía retroceder y a, así porque contaba con la decisión de mis tropas como porque todo paso retrógrado a tales circunstancias, y con San Juan ocupado por los enemigos, produciría indispensablemente la desmoralización del ejército y nuestra ruina inevitable. Mi fuerza o pasaba de mil ciento cincuenta hombres, y tenía entre ellos como cuatrocientos hombres del país, la mitad pasado del ejército enemigo de Benavídez y voluntarios del pueblo, y la otra de milicia, también voluntarios de la campaña, cuya fuerza, si me retiraba, era consiguiente que e me quedase; por consiguiente, me resolví a dar la batalla con todas las seguridades del triunfo, por el ardor del puñado de valientes que combatían por la libertad, contra los forzados esclavos de la tiranía, que sólo el terror al puñal los contiene.

            Los enemigos, después de haber cambiado algunas balas de cañón con nosotros, pero sin suceso por su parte, marcharon en columna por el frente de mi pequeña línea, hacia mi derecha, ostentando su numerosa infantería, y después de haber dejado establecido a su derecha al coronel Granado con ochocientos caballos de la escolta del tirano, y una batería sostenida por una columna de infantería. El objeto del enemigo lo conocí desde que principió su movimiento, a mi derecha, hacer ver a mis soldados su superioridad numérica, y flanquearme por dicho costado, desprendiendo a mi retaguardia una columna; mas yo esperaba confiadamente la oportunidad para desbaratar su derecha, que dejaban a retaguardia, por medio del intrépido y nunca bien ponderado joven coronel Álvarez, que mandaba mi izquierda, compuesta de doscientos setenta caballos y cien infantes que destiné para su protección; cantando entretanto mis bravos al frente de nuestra pequeña línea, la canción de A la lid. Así que la continuada columna del enemigo empezaba a exceder mi derecha para realizar su pensamiento, ordene al Murat tucumano Álvarez, que cargara a su antiguo jefe que tenía el frente. Recibir la orden, cargar con admirable denuedo y arrollar completamente la derecha enemiga a su retaguardia, hasta hacerla repasar el puente, fue obra de un momento. Esa operación atrevida produjo el efecto que me había propuesto. La gran columna enemiga de infantería que iba marchando por el frente, a mi derecha, retrocedió precipitadamente y en alguna confusión que procuré aumentar, avanzando sobre ella mis dos baterías compuestas de ocho piezas y los doscientos cazadores que me quedaban en línea, y ordené a mi derecha que cargara sobre el flanco izquierdo del enemigo, que era ya su retaguardia, avisándole que la derecha enemiga estaba en completa derrota por el bravo coronel Álvarez. El valiente coronel Baltar, uno de los jefes más estimados del general Lavalle y de todo el ejército, por su bravura y capacidad, que siendo el jefe de estado mayor había querido ir a mandar la derecha que estaba a las órdenes de su bravo amigo, el coronel Peñaloza, con más de quinientos hombres de la mejor caballería de mi ejército, se acobardó sin duda en esta vez a vista de la numerosa infantería enemiga, y me manda decir que no puede cargar por tener al frente una columna de infantería y se queda parado, presenciando el retroceso precipitado del enemigo y el abandono que hicieron de su batería de la izquierda. Repito la orden con todos mis ayudantes y no es obedecida, a pesar de las instancias del coronel Peñaloza.

            Vuelvo a repetir, con enfado y de un modo terminante, la orden de cargar, aunque hubiesen diez mil columnas a su frente, que no había sino muy poca fuerza, y, mandando avanzare al coronel Ávalos con la reserva a proteger mi costado izquierdo que se había perdido a retaguardia del enemigo, mando orden al viejo y bravo coronel Salvadores, que estaba a la cabeza de mi infantería, para que cargue a la bayoneta con sus doscientos hombres sobre los ochocientos que retrocedían a su frente ¿Qué le parece a usted que hace Salvadores? Ordenó entonces el bravo teniente coronel Ezquíñego, que era su segundo, que cargase y él se quedo atrás de los cañones. Ezquíñego, tomando en su mano la bandera porque había sido herido el abanderado que la tenía, se pone al frente de los cazadores y carga a la bayoneta; los enemigos retroceden, pero es roto su brazo en que llevaba la bandera; cae ésta y tiene que retroceder. Los soldados, encontrándose sin jefe y habiendo recibido la orden de dar media vuelta por el jefe herido, retroceden y se desordenan, empezando a retirarse; yo, que lo observo, corro en persona; los hablo, ordeno y conduzco formados a la primera posición, juntamente con las dos baterías, pero ya sin un tiro de cañón y los cazadores sin municiones. Se trajo el último cajón que había de fusil, y después de repartirse, el fuego se renovó por un corto tiempo, conservándose mi izquierda triunfante y avanzada. En tales circunstancias y después de mis repetidísimas órdenes al costado derecho para que cargase, se había movido al galope, no sobre el enemigo sino sobre su derecha, y, observado yo antes del desorden de mi infantería, que los polvos conversaban hacia el enemigo y que los de la caballería de éste corrían hacia el puente que tenían a su retaguardia; pero en eso momentos, precisamente, se me avisa que la caballería de mi derecha venía por mi espalda en desorden, perseguida por alguna caballería enemiga pero en corto número, y me fue forzoso abandonar el campo, ya sin municiones con qué defenderme y con sólo tres ayudantes y dos de los beneméritos Piñeyro del norte, de artillería, el capitán don Mateo y uno de sus hermanos. Los enemigos, que ya me llevan la delantera, tomaron primero el único callejón por donde podía salvar hacia el pueblo, y logré introducirme por un portillo a la  par de ellos, por un potrero, con mi distinguido y valiente ayudante de campo don Juan A. Gutiérrez y los dos Piñeyro, perdiendo al entrar al castillo a mis otros dos ayudantes: Enrique Pizarro y Santabaya, que fueron lanceado el uno y boleado el caballo del otro. Aquí tiene usted perdida una batalla a que era ya nuestra.

(...)

Su  affmo. amigo y compañero Gregorio Aráoz de La Madrid.
 

 

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